Dormitorios como estaciones regenerativas
¿Qué relación tiene el sueño de mala calidad con el riesgo de Alzheimer? Un innovador estudio revela cambios cerebrales que pueden marcar la diferencia, especialmente en mujeres. Descubre por qué dormir mejor podría ser la clave para proteger tu mentee la publicación.


Como el sueño y el aire influyen en salud del cerebro
La Fundación Pasqual Maragall acaba de publicar un informe liderado por la Dra. Laura Stankeviciute y el Dr. Oriol Grau, que concluye que “un sueño de poca calidad se asocia a cambios en las zonas del cerebro vulnerables a la enfermedad de Alzheimer.”
El estudio ha monitorizado a 171 personas cognitivamente sanas durante un período de hasta dos semanas, utilizando un actígrafo para evaluar la calidad del sueño de cada participante. Un actígrafo es un dispositivo que mide cómo dormimos a partir de patrones de movimiento y luz, ofreciendo indicadores objetivos.
En paralelo, se realizaron resonancias magnéticas cerebrales y análisis de líquido cefalorraquídeo con el objetivo de cuantificar los niveles de proteínas amiloide y tau, reconocidas como los principales biomarcadores de la enfermedad de Alzheimer.
El trabajo ha confirmado que, cuando el sueño es de mala calidad, se observa un menor grosor cortical en determinadas áreas del cerebro, especialmente en el lóbulo temporal, una de las regiones más vulnerables a la enfermedad. Otra conclusión del estudio es que estos efectos resultan más visibles en mujeres que en hombres.
De lo observado se desprende que el sueño de mala calidad emerge como un factor de riesgo potencialmente modificable asociado a la enfermedad de Alzheimer. En positivo, también sabemos que es un factor sobre el que podemos intervenir. Como señala el Dr. Oriol Grau, “si monitorizamos y mejoramos el sueño en la edad media y la vejez, podríamos proteger nuestro cerebro y hacerlo a tiempo.”
Esta afirmación nos lleva a 2019, cuando HAUS, junto con Neuroelectrics, presentó un proyecto de investigación destinado a obtener recursos para monitorizar cómo se alteraban la calidad, los ciclos y las fases del sueño en relación con los niveles de CO₂ acumulados en un dormitorio.
Contra lo que sería conveniente, tradicionalmente ventilamos las habitaciones al despertarnos y no durante la noche, precisamente cuando el aire que inhalamos —un volumen que oscila entre 2.400 y 3.800 litros durante las ocho horas de descanso— va degradándose hasta alcanzar concentraciones de CO₂ entre 2.400 y 3.500 ppm en dormitorios cerrados donde duermen dos personas.
Hoy sabemos que las interrupciones del sueño no solo se deben a la mala calidad del aire inspirado. El aire es solo un factor. Como suele ocurrir en salud, casi todo es multifactorial. También aquí intervienen otros factores ambientales —además de los fisiológicos de cada persona— sobre los que podemos actuar: el ruido, la presencia de campos eléctricos o electromagnéticos, la luz, la humedad relativa, la temperatura o incluso la presión atmosférica.
Considerar nuestros dormitorios como estaciones regenerativas para el organismo nos ayudaría, sin duda, a dormir mejor.
En este sentido, invitamos al lector a conocer el trabajo realizado en el Hotel Qgat de Sant Cugat del Vallès, donde procurar un buen descanso ha sido la prioridad desde el primer boceto del proyecto.
Ricard Santamaria
Socio Director de HAUS HEALTHY BUILDINGS